Ahí empezó todo: llegamos a la taquería de costumbre, la que queda rumbo a casa. Y estaban, como clientes, dos niños (sí, niños) de no más de 16 años ahogados de borrachos. Todo iba bien, nadie se metía con nadie. Hasta que uno decidió, porque seguramente así ha hecho todo en su vida, que quería fumar. Y prendió un cigarro dentro de la taquería. Para mi sorpresa, los taqueros le ayudaron a prenderlo – en lugar de decirle que era un lugar cerrado y que no se podía fumar. Y una vez sabiendo que podía hacer lo que quisiera, decidió echarle el humo en la cara a uno de mis acompañantes. Clásico gesto, incluso hasta peliculezco, de reto directo. Insisto, nadie se había metido con nadie hasta ese momento. Mi acompañante en cuestión, del sexo masculino, le dijo que dejara de hacerlo. Y de ahí comenzó todo.
El tema terminó con un chofer que corrió a la taquería para sacar a los niños y encerrarlos en el coche para podérselos llevar; dos puñetazos que mi acompañante recibió directamente en la cara; un empujón de mi acompañante hacia el niño para defenderse; 3 taqueros detrás de la barra observando todo detenidamente – apoyados en sus codos y con la cabeza echada hacia delante y un vigilante-policía que portaba una escopeta de pie en la esquina de la entrada de la taquería que no hizo absolutamente nada. ¡Ah! Y unos cuantos insultos que también recibí yo realizados desde la ventana entre abierta del coche mientras se iban.
Dos segundos después de la escena caí en cuenta: nadie hizo nada. Nadie impidió que el niño prendiera un cigarro en un lugar cerrado. ¿Por qué no? Nadie impidió que el niño siguiera molestando a mi acompañante. ¿Por qué no? Nadie intentó siquiera detenerlo cuando se fue a golpes contra una persona que también era cliente como él. ¿Por qué no? Nadie intentó sacarlo de la taquería – con excepción del chofer. ¿Por qué no? Complicidad, aprobación tácita, temor,…
Nuestro grito más fuerte es la acción diaria.
Y estos son ejemplos minúsculos de lo que sucede en nuestra sociedad ¿Cuántas veces has visto suceder algo frente a ti con lo que no estás de acuerdo? ¿Qué has hecho al respecto? ¿Has dicho algo? ¿Has pedido ayuda? ¿Has denunciado? Seguramente te ha tocado ver cómo un policía detiene a algún vehículo y lo aparta hacia la orilla por haber cometido alguna infracción. Todos sabemos que en esos momentos se da una de las transacciones más comunes en las ciudades de nuestro país. Y no hacemos ni decimos nada, el clásico “para qué me meto”. Es, tristemente, una costumbre casi tan arraigada en nuestra sociedad como festejar el día del grito.
Pero, ¿y si lo crecemos? ¿y si pensamos en ejemplos de mediano tamaño que se dan diariamente en nuestra sociedad? Ni qué decir de los ejemplos mayores, de los que tanto nos quejamos en las reuniones sociales, de los que suceden cada vez con mayor frecuencia e impunidad en nuestro país.
Nuestra responsabilidad como individuos en busca de un cambio, es precisamente dejar de guardar silencio, romper con la rutina y dejar de ser permisivos. No permitir que ante nuestros ojos sucedan actos de corrupción. Que no se nos olvide: el país lo hacemos cada uno de nosotros, y únicamente lo que estemos dispuestos a hacer en nuestras vidas diarias, como parte de nuestra responsabilidad social individual, será lo que veamos reflejado en cada grupo social al que pertenecemos – familia, amigos, conocidos, vecinos, habitantes de una ciudad, empresas, entidades gubernamentales. Nuestro grito más fuerte es la acción diaria.
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Este relato me recuerda una experiencia propia, donde dolorosamente nadie intervino. Hace mucho tiempo, caminando por la calle y enfrente de una tienda de zapatos y otros negocios, me caí al suelo porque me estaba ahogando y mis gestos de ayuda a quienes pasaban junto a mí y al mirar la gente indiferente sobre lo que me acontecía, hizo que sintiera más desesperación ante lo que me ocurría. Sin pensar en nada y desesperada, tuve que concentrarme ahí tirada en solucionar mi accidente, parece que había tragado mal mi propia saliva, que me estaba ahogando. Al final pude recuperarme ahí tirada en la calle.
Cuando pude hablar mi sorpresa fue aún mayor, la gente no me contestó ni mucho menos recibí la ayuda solicitada. Me dije a mí misma: «si querías probar que eres una muy buena actriz, no lo lograste, mucho menos cuando esa no era la intención». Me quedé sentada un buen rato muy adolorida, y después de un largo rato, se me acercó un hombre de la tienda y me preguntó si estaba bien. Ya simplemente le dije que sí y me apresuré para irme muy contrariada. No podía creerlo!
La indolencia es un signo de nuestra sociedad actual, y no es suficiente saberlo. El valor de ayudar o pedir ayuda para auxiliar a alguien debe ser una oportunidad de educar en este sentido a cualquiera que decida cambiar su actitud ante la desgracia de su prójimo. Aún no sé qué hacer al respecto, pues no soy socióloga o psicóloga, pero sí de algo sirve mi intención de colaborar en soluciones para hacer cambiar las actitudes negativas en pros ticas y asertivas para nuestras relaciones sociales, cuenten conmigo.
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Gracias por compartirnos tu mala experiencia. Concuerdo contigo en la indolencia de nuestra sociedad, pero estoy convencida que únicamente a través de nuestra acción diaria podremos cambiarlo paulatinamente.