Podemos irnos tan atrás en la cadena productiva como queramos para identificarlas: la calidad de vida de los agricultores, levantándose temprano todos los días, para poder revisar sus cultivos; el transporte de los fertilizantes (orgánicos o no) para una cosecha de mejor calidad, con su correspondiente contaminación; el proceso de recolección de las manzanas, y de selección de las mismas; el manejo de los residuos que se generan a partir del proceso de cultivo, selección y transportación; las emisiones de dióxido de carbono que se generan a lo largo de todo el proceso;… y podríamos seguir.
Pero lo mismo ocurre para un servicio, un doctor por ejemplo. Ante una enfermedad, casi todos terminamos en el doctor. Mínimo le hablamos. El servicio que nos proporciona es una consulta médica para entender cuál es nuestro padecimiento, y si tenemos suerte y no es nada grave, nos hace algunas preguntas, nos ausculta y nos da una receta con el tratamiento que debemos seguir.
Pensemos en las consecuencias de este proceso (sin ser exhaustivos, claro está): el doctor ocupa un consultorio, en un lugar más o menos eficiente energéticamente; y se desplazó de alguna manera para llegar a él, al igual que tú para irlo a ver; pero debe estar limpio y se utilizan ciertos productos de limpieza para que así sea; y además tiene algunos muebles en donde te revisa, sillas, escritorios, etc. Y si usó un abatelenguas, y si se lavó las manos antes de revisarte, y si tuviste que utilizar su baño mientras esperabas a que te atendiera… todo eso también tiene consecuencias.
Y espero que quede muy claro que todos pagamos los platos rotos que ayudamos a romper.
En resumen: todos pagamos los platos rotos. Todos. Y es que nuestro sistema de producción y consumo está diseñado de manera que no se refleje el costo real de la producción en el precio final que los consumidores pagamos por ellos. Es decir, que con este sistema, ni el productor ni el consumidor pagan monetariamente las consecuencias ni de la producción ni del consumo. Pero, como dije antes, todos pagamos los platos rotos… de una manera o de otra.
Porque todos respiramos un aire que está contaminado gracias a la producción de todos los bienes y servicios que consumimos. Todos consumimos un agua que ha sido contaminada por la producción de esos mismos bienes y servicios. ¿Cuántas veces no te has quejado del tráfico? Tú eres el tráfico – ya sea al manejar tu coche, al estar dentro de un transporte público, al querer que los bienes que consumes estén cada vez más cerca de tu hogar,… y cuando tienes un compromiso al que quieres llegar a tiempo ya estás pagando precisamente con tu tiempo las externalidades que tu mismo consumo genera.
El cambio climático es un fenómeno que nos afecta absolutamente a todas las especies del planeta, ocasionado directamente por el patrón de consumo que tenemos como sociedad. La fabricación con altas emisiones de dióxido de carbono en, digamos, China, afecta directamente la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera que está ocasionando desprendimiento de icebergs como en fechas recientes, con sus correspondientes consecuencias o externalidades. ¿Ves por dónde voy?
El término, como tal, me parece que busca alejar los costos de estas consecuencias de la responsabilidad del productor o del consumidor. Externo. No es mío. No es mi responsabilidad. Y espero que quede muy claro que todos pagamos los platos rotos que ayudamos a romper. No inmediatamente. No en la cuenta total del super. No con nuestro tiempo al estar parados durante horas en un embotellamiento o al tener que recorrer trayectos de interminables horas para llegar a nuestro trabajo.
Los pagamos con nuestra calidad de vida, con nuestra salud… Y nos acostumbramos a ello. Porque ya sabemos que tenemos que considerar una hora o a veces más para llegar a nuestro destino; porque las enfermedades respiratorias son, cada vez más, consecuencia de “la contaminación de la ciudad”. Porque a medida que pasa el tiempo, se van perdiendo más especies, alterando la biodiversidad del planeta, una externalidad que aún es difícil de percibir y cuantificar. Porque cada vez son más calurosos los veranos. Porque cada vez son más dañinas las épocas de huracanes y ciclones tropicales. Porque las famosísimas “lluvias atípicas” son cada vez más todo, menos atípicas.
Nuestro poder como consumidores es increíblemente fuerte. No sabemos cuánto, en realidad. Pero tendríamos que pensar en todas estas externalidades y no olvidarnos de lo internas que son en realidad al momento de consumir. Preguntar sobre el proceso de producción, de transportación, qué externalidades positivas (si seguimos hablando en términos de economistas) tiene su producción. Y solo a partir de ahí, decidir qué productos y bienes consumir. Hagamos que nuestro dinero hable: que diga cuáles platos rotos estamos dispuestos a pagar y cuáles no, e incluso más allá, de qué manera queremos cuidar los platos que tenemos.