Todo sucedió durante la semana del sábado 24 de junio. Los días de las noches más largas perfilaban como una excelente semana para reflexionar sobre los seres, sobre todos los seres que compartimos este hermoso planeta. Por ocho días realicé un recorrido increíble apoyando el desarrollo del décimo taller de Diseño Biomimético avalado por el Biomimcry Institute e impartido por dos amigos y fellows.
Hace dos años participé, como estudiante, con las socias fundadoras de Punto Verde Consultores y reafirmé y refrendé conocimientos, así como la fascinación por el tema.
Ahora desde la organización tuve la oportunidad, no solo de compartir, si no de profundizar sobre el sistema operativo de la Tierra, los patrones unificadores de la naturaleza, y por supuesto la espiral de diseño. Patrones y flujos maridados con días enteros recorriendo ecosistemas, entrenando ojos y sentidos más allá de lo evidente. El reto: reconocer la función detrás de la forma para permitir la inspiración que la naturaleza, de manera natural, nos regala para la innovación.
Durante el recurrido, en un estado de profunda gratitud por la oportunidad y su potencial, traje al presente a Arne Naess, John Seed y Joanna Macy, recordé desde la mitocondria lo que es pensar como una Montaña y repasé con detalle el protocolo del Consejo de Todos los Seres, claro está, con mis nuevos sentidos de biomímesis.
Al hacerlo, descubrí la evolución y el cambio en los patrones del movimiento ambientalista y su influencia en los paradigmas que han transformado – o al menos intentado transformar – a los seres humanos durante los últimos ochenta años. De manera paralela recordé también la hisotria de Punto Verde y las muchas veces que usamos esta propuesta como herramienta pedagógica para promover el cambio actitudinal.
Durante el taller, la evidencia de estos cambios emergió la noche en que, para detonar una conversación constructiva de sobremesa, decidimos compartir esta frase de Aldo Leopold, sin mencionar la fuente “una cosa está bien cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Está mal cuando tiende de otra manera”.
Antes de iniciar el dialogo, hubo que leerla varias veces y entre los participantes hubo profunda reflexión antes de expresarse. No faltó quien comentó que se sentía incomodo con la dicotomía de hacer el bien y el mal, comentando que el vocabulario no era adecuado. Los biólogos argumentaron miopía bio-centrista al no mencionar todos los factores abióticos que juegan un rol muy importante… y así comenzamos a construir una conversación enriquecedora que duró más de una hora.
Mientras todos los asistentes del taller aportaban su visión, mi mente comenzó a tejer un discurso paralelo alimentado por las discrepancias en la actualidad, sobre los términos con que se acuñó la frase. Sin duda Aldo Leopold hace casi cien años en 1930, comenzó a esbozar un pensamiento de ecología profunda en un mundo muy diferente al nuestro y no pude más que recordarlo vagamente.
…que «la vida” siga creando “condiciones que conlleven a la vida” Janine Benyus
En sus orígenes, los movimientos ambientalistas como el que encabezó Leopold antes de la segunda guerra mundial, o los activistas como en los que participaban activamente Seed y Macy durante la guerra fría querían salvar toda la vida, salvar la Tierra, todos hablaban de salvar el planeta. El lenguaje era radical, masculinizado, poco incluyente y se hablaba de hacer preservación, la naturaleza debía quedar intacta.
Paralelamente y en una línea más mesurada y académica el Club de Roma (1968) auto definido como un “grupo de ciudadanos globales que comparten la preocupación común por el futuro de la humanidad” publica “Los límites del Crecimiento” en 1972. Desde el ámbito supra gubernamental de la ONU ese mismo año se crea el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo conocido PNUD o UNEP. Una vez en función, se mandó hacer el reporte el Bruntland (1987) y se acuñaron términos como desarrollo sostenible -o sustentable y el concepto de manejo sustituyó al de la explotación de los recursos.
A partir de ahí se destapó el manantial y comenzaron a brotar del colectivo humano asociaciones y procesos que favorecen que los sectores empresariales rindan cuentas de sus operaciones, no solo por su impacto ambiental sino también por el social. Iniciativas como el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (1995) o WBCSD -por sus siglas en inglés – y la Global Reporting Iniciative (1997), que introdujo al argot del desarrollo la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa.
Mientras este discurso paralelo transcurría en mi interior y me daba cuenta de todos estos cambios y constructos, seguíamos sentados en la sobremesa como en un Consejo de Todos los Seres. Un Consejo regenerado que hoy puede llevar el discurso más allá de la propuesta ochentera de Macy de la Desesperación al Emproderamiento y de asumirse responsable de co-crear condiciones que permitan la coexistencia armónica en el planeta, desde el nicho y capacidad de cada uno.
Me sentí relajada y llena de esperanza al observar el patrón de la humanidad que ha permitido la generación de conocimiento y conciencia en estos últimos 90 años, sobre el cual se sigue construyendo el futuro común dentro de los límites del crecimiento, esperando que cada vez más podamos inspirarnos en la naturaleza para innovar en la tecnología y en los procesos sociales. Poniendo como especie nuestra aportación para que como dice Janine Benyus “La vida” siga creando “condiciones que conlleven a la vida”; y desde la vida podamos seguir disfrutando conversaciones constructivas en las noches más largas del año.
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