En mis rumbos no es fácil utilizar la bicicleta, a la que estaba muy acostumbrada en los tiempos en los que viví en Ciudad de México. Fue algo difícil de entender, pero casi casi puedo compararlo con vivir en los suburbios en Estados Unidos… aunque algunos dirán que región 4. A lo que me refiero es que el entorno de la mancha urbana de la CDMX no está pensado, diseñado, acondicionado, para una transportación eficiente. Básicamente hay dos grupos de personas por acá – los que pueden moverse en vehículo (mayormente mastodomietas) privado y los que tienen que moverse en el triste, deficiente, escaso e inseguro transporte público. Las calles son muy empinadas, sinuosas, muchas de las veces sin siquiera banquetas para los peatones. Y ni qué decir de la absolutamente ausente falta de educación vial de los que pueden moverse en vehículo privado.
Hace poco tuve la necesidad de bajar al Valle para una capacitación. Duraría de 9 a 4. No tenía caso, en primer lugar, pagar estacionamiento o parquímetro; en segundo lugar, preocuparme porque mi coche estuviera enterito cuando saliera. Y sí, también pensé en la posibilidad de dejar de ser parte del tráfico y sumarme al 69% del total de viajes que se hacen diariamente en transporte público dentro de la ZMVM de acuerdo con el INEGI. Busqué alternativas para llegar, si no en el mismo lapso de tiempo, tal vez con 15 minutos más de trayecto. Porque también estoy convencida que mi tiempo vale y soy mucho más productiva trabajando que en un apachurrón del metro.
El ETA (o tiempo estimado de llegada, como diría Waze) con mi coche implicaría un trayecto de 28 minutos. Pensé en buscar algo como de 45 para ser realista. No hubo opción alguna. Habría tenido que tomar una combi que me dejaría en una estación de metro 1 hora 20 minutos después de haberme subido. Era la única opción para “salir” de mis rumbos. Y no es la primera vez que desisto de utilizar el transporte público por esa misma razón.
Yo estoy convencida de que la única manera de generar bienestar es pensando: #YoSoyLaSolución.
Pero sin ahondar en políticas públicas de movilidad, y en trabajo de colaboración político interestatal en pro de la población, la realidad es que hoy no tengo opciones. Tengo un coche que me permite desplazarme de manera más o menos segura y, porque estoy consciente de mi responsabilidad y de que no puedo dejarle todo a terceros (llámese gobierno), planeo mis rutas, mis horarios y mis destinos. Esa es mi manera de ser co-responsable desde el nicho en el que me encuentro ahora.
Pero esta reflexión también puede aplicar para la basura. Sí, en la CDMX está por entrar en vigor la nueva separación de residuos sólidos. Y a la gente le costó mucho la separación inicial, hasta que dejaron de recolectarla. Frases tan trilladas como “¿de qué sirve que la separe si el camión la junta?”, o “claro, le estamos haciendo el trabajo a los pepenadores que no sé si sepas pero son millonarios”. A final de cuentas, la mayoría lo hace. Sin embargo, al cruzar esa línea invisible hacia el Estado de México, todo lo aprendido se “desaprende” y volvemos a tirar todo junto. ¿Por qué? Somos, todos los habitantes de esta urbe caótica, co-responsables de los problemas que se originan por los residuos que generamos: los ya famosísimos encharcamientos por lluvias atípicas como el de ayer, el fétido olor de la ciudad en época de calor, la enorme cantidad de emisiones de GEIs,…
Y también viene muy al caso con el tema de las reglas de la sociedad en la que habitamos: si los lugares de estacionamiento están marcados, ¿por qué ocupamos dos? Es tristemente común encontrarte vehículos ultra mega elegantes ocupando, ligeramente como que nadie vio, dos lugares para que no se los rayen. O, ¿por qué ver cómo ganarle al sistema y sentirse sumamente orgullosos de haber podido sacar las placas de Morelos para evitarse el pago de la tenencia? O ¿qué tal el micro que no hace la parada donde está marcada, sino a mitad de la calle, para no perder su lugar en la fila interminable de tráfico que tiene enfrente, aunque con esto ponga en riesgo a sus propios usuarios? ¡Ah! Pero este es el mejor: ¿qué tal el vecino del conjunto que vota porque se cierren las áreas verdes de su edificio pero saca a pasear a su perro al área verde del edificio vecino?
No trato de hacer una investigación sociológica ni psicocultural del mexicano. Simplemente, estoy convencida que si buscáramos en nuestro entorno inmediato el bien común, iríamos generando estos círculos de acción y de impacto en los que nosotros mismos generamos el bienestar, que al ir sobreponiéndose unos a otros, generarían a su vez mayor bienestar. Leía el otro día el comentario de una conocida que, muy enojada, decía que estaba harta de ser de los “buenos” – pagar impuestos, recoger su basura en su entorno inmediato, no ser parte de la corrupción al no dar mordidas, etc. – y seguir teniendo que pagar con los platos rotos de los malos. Yo estoy convencida que es la única manera de generar bienestar es pensando #YoSoyLaSolución y tu empresa también puede serlo.